El proceso de reducción de la pobreza se encuentra
prácticamente estancado en la región desde el año 1997. Por poner un ejemplo,
la pobreza en América Latina pasó del 42.5% de la población total en el año 2000 al 44.2% en el año 2003, lo que equivale a decir que hoy en día hay nada
menos que 224 millones de personas que viven en América Latina y el Caribe con
menos de dos dólares al día (umbral de pobreza). De éstas, unos 98 millones de
personas (19,4% de la población) se encuentran en situación de pobreza extrema
o indigencia, es decir, viven con menos de un dólar al día. La pobreza en
América Latina y el Caribe tiene un componente racial o étnico importante. Así,
en países como Bolivia, Brasil, Guatemala o Perú, la pobreza es dos veces mayor
entre los indígenas o descendientes de africanos que en el resto de la población.
En los últimos años los países de América
Latina y el Caribe han hecho considerables esfuerzos por aumentar su
crecimiento económico y mejorar los indicadores sociales relacionados con los
ocho objetivos fundamentales aprobados en la Declaración del Milenio. En esta
Declaración, celebrada en el año 2000, se consiguió un compromiso por parte de
los líderes de 189 países para que en el año 2015 el número de personas que
viven en condiciones de pobreza extrema (menos de un dólar al día) llegue a ser
la mitad de lo que se contabilizó en el año 1990. Esta meta equivaldría, en el caso
de América Latina y el Caribe, a que el número de personas pobres fuera
inferior a 10,5 millones antes del año 2015 o, lo que es lo mismo, la mitad de
los pobres registrados en el año 1990 (21 millones). Para ello se describieron
ocho objetivos fundamentales que, por su parte, se subdividían en 18 metas más
concretas (Cuadro 1).
A pesar de los numerosos esfuerzos
realizados, lo cierto es que los índices de pobreza y de desigualdad en la
región no han mejorado demasiado en los últimos años y, en muchos casos, han
sufrido un declive importante en términos relativos.
Cuadro 1. Los ocho objetivos de la Declaración
del Milenio
1. Erradicar la pobreza extrema y el
hambre
2. Conseguir la educación universal
primaria
3. Promover la igualdad de genero
4. Reducir la mortalidad infantil
5. Incrementar la salud maternal
6. Combatir el VIH/SIDA y otras
enfermedades endémicas
7. Asegurar la sostenibilidad
medioambiental
8. Forjar la colaboración mundial para
el desarrollo
|
Según
un estudio reciente de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL)1sólo 7, de los 18 países de América Latina
analizados, podrían llegar a alcanzar la meta de reducción de la pobreza a la
mitad en el año 2015. Estos países serían Argentina, Chile, Colombia, Honduras,
Panamá, la República Dominicana y Uruguay. En otros seis países la pobreza
extrema seguiría disminuyendo, pero ésta no se reduciría a la mitad (Brasil,
Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México y Nicaragua). Por último, en los
cinco países restantes (Bolivia, Ecuador, Paraguay, Perú y Venezuela) los
niveles de pobreza extrema se elevarían. En el año 2003 tan sólo ha habido un
país (Chile) que ya ha alcanzado la meta de reducir a la mitad el número de
personas pobres. En definitiva, las conclusiones del informe son preocupantes y
suscitan muchas inquietudes acerca del cumplimiento de las metas de la
Declaración del Milenio, poniendo en evidencia que los elevados índices de
desigualdad de la región latinoamericana son un obstáculo para el logro de un
crecimiento más dinámico y, por ende, para la reducción de la pobreza.
El
objetivo de este artículo es describir la región latinoamericana en términos de
pobreza y de desigualdad social, dando detalles sobre las posibles causas de
estos dos fenómenos. Dado que los países de la región son extremadamente
diferentes, este artículo no puede describir el amplio abanico de causas,
políticas sociales, cambios en el entorno y factores específicos que en cada
país condicionan la existencia de un número de pobres o de un nivel determinado
de exclusión social. En todo caso, nos centraremos en tres grandes indicadores,
a saber, pobreza, desigualdad y crecimiento económico, e intentaremos presentar
de modo sintético la evidencia empírica reciente, de la que se pueden extraer
algunas relaciones causales entre los tres fenómenos, así como algunas
implicaciones, retos y oportunidades que se plantean para sus gobiernos y para
la sociedad latinoamericana en su conjunto.
2. La pobreza en América Latina
2.1.
La pobreza como falta de ingresos
La
pobreza es un fenómeno muy complejo y que tiene muchas dimensiones, pues no
sólo afecta a la reducción del bienestar individual o colectivo, medido a
través de la privación para comprar bienes o servicios, sino que incide en la
capacidad de las personas para satisfacer sus necesidades más básicas, tales
como el acceso a la vivienda, la salud, la educación, al agua potable, la
electricidad y un largo etcétera. Es por ello que existen diferentes modos de
definir y de medir la pobreza de un país o de una región.
Uno
de los métodos más utilizados para medir la pobreza es calcular los ingresos
que tienen las familias y ver si con ellos son capaces de acceder al consumo de
una cesta de bienes y servicios de carácter primario, necesarios para
satisfacer sus necesidades más elementales. Teniendo en cuenta este enfoque, y
de acuerdo con los datos más recientes (CEPAL), la región latinoamericana
experimentó a lo largo de los años noventa, una reducción de la pobreza de
aproximadamente el 10 por ciento. Sin embargo, el reverso económico y las
crisis que han azotado a algunos países de la región en los últimos cinco años
(sobre todo a partir de 1997) han invertido, al menos en parte, las ganancias
logradas en los años noventa.
Se
puede decir, por tanto, que el proceso de reducción de la pobreza se encuentra
prácticamente estancado en la región desde el año 1997. Por poner un ejemplo,
la pobreza en América Latina pasó del 42,5% de la población total en el año
2000 al 44’2% en el año 2003, lo que equivale a decir que hoy en día hay nada
menos que 224 millones de personas que viven en América Latina y el Caribe con
menos de dos dólares al día (umbral de pobreza). De éstas, unos 98 millones de
personas (19,4% de la población) se encuentran en situación de pobreza extrema
o indigencia, es decir, viven con menos de un dólar al día
Pero
el número absoluto de pobres aumentó no sólo por el efecto de las crisis económicas
de los últimos años sino que hay que tener en cuenta que el aumento de la
población ha sido más importante que el aumento de la producción de la región,
lo que en términos económicos significa una pérdida de riqueza per cápita para
el conjunto de la región2 .
Además, el descenso de las tasas de fecundidad en América Latina se ha dado con
mayor intensidad en los grupos socioeconómicos más favorecidos, lo cual ha
incrementado la brecha socioeconómica entre grupos sociales.
De
todas formas, y pese a que la situación económica de los últimos años ha
anulado una parte importante de la superación de la pobreza que se consiguió
hasta el año 1997, el balance de la última década sigue siendo positivo. Así,
la situación de la incidencia de la pobreza es notablemente mejor en el año
2004 que en 1990 en el conjunto de la región (ver gráfico 1). Eso sí, hay que
hacer notar que todavía no se ha alcanzado el nivel de pobreza de hace dos décadas,
que era ligeramente inferior en el año 1980 que en la actualidad.
Aún
así, sería necesario que los países incrementaran sus tasas de crecimiento
económico para conseguir un avance significativo en el logro de los objetivos
de la Declaración del Milenio. Concretamente, se estima que el PIB per cápita
de la región debería crecer nada menos que un 2.8% de media al año, durante el
período 2004-2015, para reducir la pobreza a los niveles objetivo. Pero la
situación es aún más complicada para los países donde la indigencia o pobreza
extrema es elevada (Honduras, Nicaragua, Bolivia o Paraguay) ya que tendrían
que crecer más de un 3,8% al año para reducir su pobreza a la mitad3 .
Un
análisis más pormenorizado de las tasas de pobreza y de indigencia en la región
latinoamericana revelan que existen grandes diferencias entre países. Las tasas
de pobreza y de pobreza extrema más altas se dan en Honduras, Nicaragua,
Bolivia, Paraguay, Guatemala y Perú, mientras que las más bajas se dan en
Uruguay, Costa Rica, Chile y Panamá
2.2.
La pobreza como insatisfacción de las necesidades básicas
Como
hemos dicho, la pobreza es un fenómeno muy complejo, que abarca a distintas
facetas relacionadas con el bienestar individual y colectivo. Además de medir
la pobreza a través de la capacidad de compra, como hicimos en el apartado
precedente, se pueden evaluar las condiciones de vida de las personas a través
de indicadores que reflejan su satisfacción de las necesidades básicas, como
por ejemplo el acceso a la sanidad, la educación, la vivienda, el agua potable,
la alimentación, la electricidad, o las tasas de mortalidad infantil, esperanza
de vida al nacer, desnutrición, analfabetismo, entre otras. Con ello, tendremos
diferentes indicadores para cada manifestación de la pobreza, de manera que
podremos ofrecer un panorama más extenso de este fenómeno en América Latina.
Generalmente,
la satisfacción de las necesidades básicas será menor a medida que la pobreza
del país (medida a través del ingreso) es mayor. Así, en países como Bolivia,
Nicaragua y Honduras, donde la pobreza extrema es alta, más del 50% de las
familias pobres no tienen acceso a este tipo de servicios básicos. Igualmente,
los países con menores niveles de pobreza (Uruguay, Chile o Costa Rica) tienen
un mayor acceso a los servicios sociales.
De
todas formas, aunque hemos visto en el apartado precedente que el proceso de
superación de la pobreza se ha visto estancado en los últimos años, el hecho es
que algunos indicadores de bienestar han mejorado. Así por ejemplo, y según
datos de la CEPAL4, la esperanza de vida al nacer se ha
incrementado más de un año desde 1990 (llegando a los 70 años en media), la
tasa de mortalidad al nacer ha disminuido un 5% (no alcanzando el 66 por mil en
los peores casos –Bolivia y Haití-), la tasa de mortalidad infantil también ha
disminuido entre un 8% (Ecuador) y un 25% (Cuba) y han caído las tasas de
desnutrición, aunque hay países como Haití donde esta tasa todavía es del 50%
de la población total. También han mejorado las tasas de analfabetismo en todos
los países, así como el acceso al agua potable (con la excepción de Haití) y a
la salud básica.
Por
otra parte el análisis de la situación social revela grandes diferencias en el
acceso a los servicios sociales por sexo, edad o lugares de residencia. Por
ejemplo, de los datos de la CEPAL se desprende que la mayor parte de los pobres
de América Latina viven en áreas rurales (62% de la población rural), siendo la
pobreza extrema también más alta en el campo que en la ciudad (38% frente a
13,5%). Por otra parte, la pobreza afecta en mayor medida a los niños (entre 0
y 17 años) que a los adultos. Así, alrededor del 44% de todos los niños
latinoamericanos son pobres, en comparación con el 28,6% de los adultos. Las
causas del elevado número de niños pobres tienen que ver las mayores tasas de
fertilidad de las familias en las que viven, combinada con los bajos niveles de
educación y menores oportunidades de los padres, especialmente de las mujeres.
La educación (también llamada "capital humano") es un factor clave
que nos puede ofrecer algunas pistas sobre las causas de la pobreza: en muchos
países de la región, los adultos que viven en familias pobres no han terminado
la educación primaria y en muchos casos no llegan a tener tres años de
estudios.
La
pobreza también afecta en mayor medida a las mujeres que a los hombres, sobre
todo en las ciudades (el 30,4% de las mujeres urbanas son pobres, frente al 25%
de los hombres). Por último, habría que destacar que la pobreza en América
Latina y el Caribe tiene un componente racial o étnico importante. Así, en
países como Bolivia, Brasil, Guatemala o Perú, la pobreza es dos veces mayor
entre los indígenas o descendientes de africanos que en el resto de la
población5 .
Todos estos datos vienen a demostrar que a pesar de que la calidad de vida de
los más desfavorecidos ha mejorado significativamente en los últimos años, aún
hay un largo camino por recorrer, no sólo en la mejora de los indicadores
sociales, sino en la corrección de las disparidades que aún existen entre los
diferentes colectivos sociales.
3. La desigualdad y la exclusión
social en América Latina
América
Latina es la región más desigual del mundo. A pesar del crecimiento del PIB per
cápita en la región, la inequidad en la distribución del ingreso sigue siendo
una característica significativa de prácticamente todos los países, y esto hace
que haya sido reconocida como la zona más rezagada del planeta en términos
redistributivos.
Hay
muchos factores estructurales que podrían explicar la alta desigualdad en
América Latina, todos ellos interrelacionados. Entre los más significativos
cabría destacar el subdesarrollo agrícola y las grandes diferencias entre ricos
y pobres en el acceso a la propiedad de la tierra. Además hay una alta
proporción de la población que trabaja en el campo y que dependen de los
ingresos por la venta de los productos agrícolas, cuyos precios han
experimentado una tendencia bajista, además de estar sometidos a los continuos
vaivenes de los mercados internacionales. También habría que mencionar el papel
que juega la escasa educación de la fuerza laboral y su impacto negativo en el
nivel de ingresos de las familias. Por último el papel que han tenido las
estructuras corporativas y oligopolios en la apropiación de gran parte de la
riqueza ha sido un importante factor que ha influido en el incremento de la
inequidad.
Los
ingresos totales de América Latina están enormemente concentrados en las capas
más ricas de la población, mientras que las capas más pobres reciben una mínima
parte de la riqueza. Más concretamente, el 40% de la población más pobre de
América Latina recibe, en promedio, apenas el 13’6% de los ingresos totales,
mientras que el 10% más rico recibe más del 36% de la riqueza total (CEPAL,
datos del año 2003). Estos valores promedio difieren entre países, llegando al
caso extremo de Bolivia, donde el 40% de la población más pobre recibe apenas
el 9,5% del ingreso, mientras que el 10% más rico recibe más del 41% del
ingreso total. También es notable el caso de Brasil, donde el 10% más rico
recibe casi el 47% de la riqueza nacional, mientras que el 40% más pobre recibe
apenas el 10%.
Otra
manera de medir la concentración de la renta es hacer una media de los ingresos
que reciben los habitantes de cada uno de los países (dividir los ingresos
totales entre el número de habitantes). En este caso, nos encontramos con que
más del 67% de la población de América Latina se encuentra ganando menos de la
media de ingresos de la región. Los casos de Bolivia, Brasil, Argentina o
Nicaragua son especialmente significativos, ya que más del 73% de la población
no alcanzaría esta media de ingresos6.
Un
enfoque distinto, pero muy utilizado, para analizar la concentración de los
ingresos es la utilización de indicadores sintéticos o, dicho de otro modo,
indicadores que ofrecen en una sola cifra la situación global de la
distribución de la renta de toda la población de un país -y no sólo de un
grupo-. El más utilizado de estos indicadores es el índice de Gini, que toma
valores numéricos entre 0 y 1. Un índice de Gini igual a 0 correspondería a un
imaginario país donde la equidad es absoluta, es decir, donde todas las
personas tienen exactamente los mismos ingresos. Un índice de Gini igual a 1,
por el contrario, correspondería a un hipotético país donde la inequidad es
absoluta, o dicho de otro modo, todo el ingreso se concentraría en un sólo
individuo, mientras que el resto de la sociedad no dispondría de ingresos de
ningún tipo. Con este indicador sintético de distribución del ingreso podemos
dividir en cuatro categorías a todos los países latinoamericanos y ver cuál ha
sido la evolución en el tiempo de su índices de Gini.
De
acuerdo con el índice de Gini, en el año 2002 los países de América Latina con
los ingresos más concentrados son Brasil (Gini=0,639), y Honduras (0,588). En
situación parecida estaría el Gran Buenos Aires de Argentina (0,590) y, a muy
poca distancia, se encontrarían Nicaragua (0,579), Colombia (0,575), Bolivia
(0,554) y Chile (0,550). Por su parte Uruguay (0,455), Costa Rica (0,488) y
Venezuela (0,500) son los únicos países con un índice de Gini por debajo de
0,50, lo que indica una concentración menor del ingreso.
Las
variaciones del índice de Gini entre 1990 y 2002 no han sido muy importantes y
son pocos los países que han mejorado su situación. Este sería el caso de
Honduras, Guatemala, Chile, Panamá, México y Uruguay. Sin embargo la situación
de la distribución del ingreso ha empeorado entre 1990 y 2002 en Brasil,
Bolivia, Colombia, Argentina, Venezuela, Ecuador, Costa Rica. En El Salvador y
Paraguay la situación también ha empeorado notablemente desde el año 1997.
4. Crecimiento económico, desigualdad
y pobreza en América Latina
La
región latinoamericana desea retomar un camino de crecimiento sostenible y, a
la vez, anhela reducir la pobreza y las desigualdades sociales. El problema es
si ambos objetivos son compatibles o, por el contrario, contradictorios. ¿Debe
la región concentrarse en aumentar su productividad y niveles de renta o, por
el contrario, debe hacer esfuerzos por disminuir la pobreza y mejorar las condiciones
de vida de los más pobres y preocuparse posteriormente por crecer? El dilema
eficiencia-equidad está presente en todos los discursos políticos y debates más
recientes. Pero lo cierto es que muchos estudios muestran que ambos objetivos
no son del todo incompatibles sino que, más bien al contrario, se acompañan.
Las
relaciones causales entre los tres fenómenos son complejas y no siempre tienen
una respuesta unánime ni unidireccional. En lo que respecta a las relaciones
entre pobreza y crecimiento parece que existe una doble causalidad. En primer
lugar parece bastante claro, al menos en lo que respecta a los países más
pobres, que una reducción de la pobreza total puede ayudar al logro de unas
mayores tasas de crecimiento económico futuro. También se suele argumentar que
un mayor crecimiento económico es necesario para reducir la pobreza, a través
de la creación de empleo productivo, especialmente entre las capas más pobres
de la población. Además, con un mayor crecimiento, en teoría, se podrían obtener
más impuestos, con los cuales los gobiernos podrían financiar programas
sociales para aliviar los efectos de la pobreza. Esta última relación no está
tan clara en el caso de los países de América Latina, ya que los ensayos que se
han hecho para reducir la pobreza por la vía de la política social o de la
implementación de sistemas de seguridad social han sido insuficientes.
En
segundo lugar, el efecto que tiene la desigualdad social sobre el crecimiento
económico ha sido ampliamente estudiado. La mayor parte de los estudios
teóricos y empíricos recientes señalan que los países con tasas de desigualdad
más altas tienen serios problemas para crecer en términos económicos, sobre
todo si estos países son pobres7. Esto es así por varios motivos. En primer lugar
hay que tener en cuenta los elevados grados de corrupción (rent seeking
activities) que existen en sociedades no equitativas, donde el poder y la
riqueza están concentrados en unas pocas manos. Esto puede favorecer el riesgo
de incumplimiento de los contratos por parte de los gobiernos o, dicho de otro
modo, la existencia de unos derechos de propiedad poco seguros. Como
consecuencia, la acumulación de capital se vería frenada y esto influiría
negativamente en las tasas de crecimiento económico. Igualmente, las
diferencias de renta entre ricos y pobres podrían incrementar las actividades
ilegales o alegales, que son una amenaza para los derechos de propiedad.
En
tercer término, las altas tasas de desigualdad social, unidas a las peores
condiciones sanitarias y sociales de su población, favorecen la tensión social
y la inestabilidad política. Esta situación puede degenerar en un incremento de
la incertidumbre, que frenaría las inversiones y generaría menores tasas de
crecimiento económico. En cuarto lugar, las sociedades menos equitativas
tienden a distorsionar el sistema impositivo, ya que los gobiernos reciben una
presión mayor por parte de las clases pobres para aumentar los impuestos y, con
ello, se merma la capacidad de ahorro, de inversión productiva y de crecimiento
económico.
Por
último, y para acabar con las razones por las que la desigualdad puede frenar
el crecimiento económico, no hay que olvidar el efecto que tiene la desigualdad
en la distribución del ingreso sobre la alta fertilidad de las mujeres y su
efecto negativo sobre el crecimiento económico. Se puede demostrar que, en la
mayoría de los casos, las altas tasas de fecundidad de las mujeres pobres
conducen a la continuidad de la pobreza: una prole más numerosa disminuye la
capacidad de consumo de las familias, su bienestar y su capacidad para acumular
activos.
En
conclusión, por cuatro vías diferentes hemos argumentado cómo la inequidad en
la distribución de los ingresos en los países de América Latina podría estar
retrasando o dificultando el crecimiento económico y la capacidad de las
economías latinoamericanas para conseguir mayores niveles de desarrollo y
aumentos de la calidad de vida de su población.
Pero
además, mientras que la relación causal entre desigualdad y crecimiento es
claramente negativa, se puede argumentar que, por el contrario, mayores niveles
de crecimiento económico pueden traer asociados una disminución de la
desigualdad, aunque esto depende del patrón de crecimiento económico que se
haya adoptado, del nivel de desigualdad de partida y de su evolución en el
tiempo. En el caso de América Latina no siempre las tasas de crecimiento
positivas han ido asociadas a reducciones en la desigualdad (ver cuadro 5). En
muy pocos casos el positivo crecimiento económico ha venido acompañado con
menores tasas de desigualdad (México entre 1968 y 1984, Colombia entre 1971 y
1978; Venezuela entre 1971 y 1981).
Cuadro 5. América Latina: relación entre crecimiento económico
y desigualdad (en años seleccionados)
Cambios
en la desigualdad
|
Crecimiento
económicoa
|
|||
Sin crecimiento (menos del 1%)
|
1,1%-2%
|
2,1-3%
|
>3%
|
|
Aumentos
|
Uruguay (62-68)
Argentina (74-89)
Chile (68-80)
Perú (68/9-81)
|
Argentina (70-74)
|
Argentina (53-61)
Brasil (60-70)
Chile (60-68)
México (50-58)
México (58-63)
|
Costa Rica (71-77)
Uruguay (73-79)
|
Sin
cambios
|
|
Uruguay (68-73)
|
Argentina (61-70)
Colombia (64-71)
|
México (63-68)
Brasil (70-80)
|
Disminución
|
|
|
México (68-77)
México (77-84)
|
Colombia (71-78)
Venezuela (71-81)
|
Fuente: Altimir, O. (2001): Inequality, Poverty and Development
in Latin America. Capítulo 8 en Solimano, A. (Ed.): Social inequality: values, growht
and the state. Michigan Ed. Página
147.
a Crecimiento en términos de PIB per cápita, excepto
para Venezuela (PNB real per cápita)
Suponiendo
que los beneficios del crecimiento económico se distribuyeran de manera
equitativa entre todos los grupos de población (cosa que no suele ocurrir en el
caso de la región latinoamericana), la región necesitaría crecer más del doble
que en la última década para conseguir reducir a la mitad el número de personas
que vive con menos de 2 dólares diarios para el año 2015. El esfuerzo debe ser
mayor, lógicamente, en los países donde la incidencia de la pobreza es más
alta.
De
todas formas, el ritmo de crecimiento per cápita de la región latinoamericana
en las últimas décadas ha sido bajo y volátil. En muchos países se observan en
los últimos 30 o 40 años episodios de crecimiento económico acentuado que llega
a durar más de 10 años, seguidos de períodos de estancamiento y bruscas caídas
en la producción. Desde los años 80 ha habido problemas en la acumulación de
capital en la región lo cual, unido al escaso aumento de la productividad, y a
la adopción de medidas de ajuste para superar los problemas fiscales, ha tenido
una incidencia negativa en el crecimiento económico. En conclusión, mientras
que en las fases de contracción del crecimiento ha aumentado la pobreza y la
desigualdad, afectando negativamente al bienestar de los ciudadanos, en las
fases de expansión económica ha contribuido escasamente a disminuir la pobreza
y la desigualdad.
Conclusiones
De
los temas tratados en los párrafos precedentes se desprenden algunas
recomendaciones de política económica. En primer lugar, es poco lo que se puede
esperar del crecimiento económico como vía exclusiva para reducir la pobreza y
la desigualdad en América Latina. La región está creciendo poco y, como hemos
visto, los efectos del crecimiento económico sobre la pobreza y la equidad han
sido muy limitados. Sin embargo, parece que sí existen más evidencias de esta
relación en sentido inverso, a saber, del impacto positivo que tiene la
reducción de la pobreza y la desigualdad sobre el crecimiento económico. De
esto se deriva una conclusión que, en ciertos casos, puede generar cierta
polémica: resultaría mucho más ventajoso concentrar los esfuerzos en la
reducción de la desigualdad y la pobreza pues con ello la estrategia de apostar
por la equidad sería en realidad una apuesta por el crecimiento y el desarrollo
económico.
Si
la desigualdad social en América Latina es el factor principal que afecta al
escaso crecimiento económico que, a su vez, no se ha visto traducido en una
disminución de la pobreza en la región, las políticas públicas deberían
centrarse directamente en combatir las causas que hacen que la desigualdad se
esté perpetuando en la región. Para mejorar la distribución de la renta y
disminuir la incidencia de la pobreza hay que adoptar políticas económicas que
requieren recursos públicos, lo que puede lograrse a través de un adecuado
pacto fiscal y una asignación eficiente de los recursos públicos. Los esfuerzos
realizados en los últimos años en este sentido han sido importantes. El gasto
social de la región ha venido creciendo en los últimos años y muchos países
dedican un alto porcentaje del PIB a esta partida (en torno al 15% en media).
Por tanto, han existido recursos para aliviar el problema de la pobreza, aunque
tal vez el problema no estaría en la cantidad sino en el uso que se ha hecho de
los mismos.
En
este sentido sería recomendable, por ejemplo, facilitar el acceso a la tierra,
el capital, la tecnología y la educación a los colectivos más desfavorecidos.
El sector rural debería merecer una especial atención por parte de las
autoridades públicas, si se quiere que los beneficios del crecimiento lleguen a
quienes más lo necesitan. Sin una intervención pública orientada a mejorar la
calidad de vida y los servicios sociales para los sectores peor situados, la desigualdad
en la distribución de los ingresos seguirá siendo un problema endémico en la
región. En este sentido la política social debe prestar más atención a los
sectores de la sociedad más vulnerables a los efectos de la pobreza, bien sea
por su edad (niños, ancianos, jóvenes), por su sexo (principalmente mujeres y
en especial las madres adolescentes) o por su raza (pueblos indígenas o
comunidades afro americanas). Habría que estimular el acceso de los pobres a
los servicios públicos (sanidad, educación, agua y electricidad) o reconocer
legalmente la propiedad urbana en los sectores más pobres. Por otra parte, el
papel de las pequeñas y medianas empresas es fundamental para dar trabajo a
estos colectivos, que de otro modo quedarían marginados. Por último, no hay que
olvidar que sería necesario hacer un esfuerzo aún mayor si cabe por aplicar
políticas económicas que favorezcan la inversión en capital humano y en
educación, necesarios para aumentar los niveles de productividad de la región.
La aplicación de todas estas medidas para reducir la pobreza y desigualdad
social requerirían de un marco legal estable que garantice la continuidad de
las políticas públicas emprendidas.
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